"Vivimos
en un contexto autoritario que afecta el conjunto de las relaciones
sociales en sus estructuras y sus prácticas. El autoritarismo
contemporáneo lejos está de ser una renovada versión de los fascismos
históricos o de los procesos contrarrevolucionarios de la segunda mitad
del siglo XX.
Ante lo que estamos es un nuevo orden social que
reorganiza las relaciones interestatales y las relaciones sociales de
los distintos países; su fundamento es la militarización de la vida
cotidiana a través de múltiples mecanismos, que no se reducen a la
presencia de cuerpos armados, legales o ilegales, en la mayoría de los
espacios públicos.
La militarización de las distintas formas sociales
sigue un modelo de capas interactuantes que intentan atravesar todas las
estructuras de la vida social, en las que ocupa un lugar privilegiado
la presencia de cuerpos militares o de segmentos militarizados (...)
Este nuevo autoritarismo es resultado de al menos
cuatro grandes transformaciones estructurales en la vuelta de siglo.
La
primera transformación está en el cambio de estrategia global
estadounidense, que desde los años noventa dirige sus empresas militares
al control de los recursos estratégicos y a la construcción de una
“democracia internacional” acorde con las necesidades del libre mercado.
En este proceso el papel de las fuerzas armadas estadounidenses se
modificó; junto a la invasión de países y la administración de guerras
en las que se convirtió en el coordinador de los cuerpos internacionales
de paz, hay una campaña de intervención cívico-policiaca a través del
entrenamiento de las fuerzas represivas locales, estatales o privadas,
que complementan los proyectos de desarrollo económico transnacionales,
localizados en las regiones donde están los bienes naturales
estratégicos.
El segundo cambio es la transformación de las relaciones
intercapitalistas, que modificaron la composición del bloque económico
hegemónico. A pesar de los traspiés económicos, Estados Unidos es la
potencia hegemónica mundial, la financiarización de la economía depende
del papel estadounidense; al mismo tiempo, las empresas domiciliadas en
Estados Unidos, amparadas bajo sus leyes, tienen una ventaja comparativa
en los sectores estratégicos de la economía mundial. (...)
La
tercera transformación es la presencia de una movilización popular
abigarrada, en la que se mezclan distintas demandas sociales y múltiples
formas de lucha. Ante la crisis de los estados de bienestar y la
avalancha de proyectos neoliberales, se han producido múltiples
estrategias de resistencia, que no se adaptan a las viejas formas de
organización política, el sindicato, la confederación o la guerrilla, si
bien éstas siguen existiendo ya no son las que sirven de referente para
la movilización popular.
Desde la vuelta de siglo hay un nuevo ciclo de
protestas sociales, en ocasiones con demandas perentorias o
coyunturales, en ocasiones con proyectos de transformación de las
estructuras sociales. Dentro de estos hay un amplio grupo de
movilizaciones que construyen o intentan construir otro tipo de
relaciones con el territorio, en abierta oposición a los mecanismos de
territorialización del capitalismo.(...)
La cuarta mudanza es la inminente crisis orgánica de la civilización
capitalista. Las múltiples dimensiones de la crisis obligan a
reconfigurar el orden de poder internacional, para asegurar la
flexibilidad del poder económico y su incesante acumulación de
capitales. En esta crisis, la lucha por los recursos estratégicos para
la sobrevivencia del modelo de civilización capitalista es cada vez más
intensa. (...)
Estos
cuatro grandes cambios han motivado una reestructuración profunda de la
doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos. (...)
La
doctrina de seguridad nacional estadounidense ha cambiado su
perspectiva (Field Manual 3-24. Counterinsurgency). El enemigo ya no es
el pueblo afín a las demandas de la subversión comunista; ahora lo es
todo aquel sector de la sociedad que exprese manifiesta o explícitamente
una oposición a las reglas de funcionamiento del capitalismo
internacional.
El enemigo ya no es resultado de una infiltración
externa, producto de una conspiración comunista internacional. El
enemigo es expresión de un desarreglo de las fuerzas locales, que
aprovechando los contextos de inestabilidad económica o política ejerce
una acción que “pone en peligro” a la nación en su conjunto y, en casi
todas las ocasiones, convirtiéndose en un peligro para la región y, por
tanto, una amenaza para la libertad y la democracia.
Ahora el enemigo se
construye como aquel que no respeta los “valores democráticos” y que
busca imponer por la fuerza formas de socialidad que no son consensuadas
por las mayorías a través de los canales institucionales (el voto
universal, la representatividad de poderes y el respeto a las leyes). El
nuevo enemigo es el terrorista, (...)
Uno
de los espacios donde esta configuración del enemigo ha tenido grandes
repercusiones es en la esfera del derecho, tanto en sus formas
nacionales como en su dimensión internacional. Se ha transitado de la
imposición de derechos militares a la militarización del derecho. (...)
En
este proceso se construyó otra imagen del enemigo, ya no es más el
enemigo político subversivo que toma las armas, hay una caracterización
ambigua de aquel que no respeta las leyes y que por tanto puede ser
puesto en un régimen de excepción.(...)
El
enemigo sigue siendo la población en su conjunto, sobre todo aquellas
partes que se movilizan y resisten los proyectos político-económicos
dominantes; lo que ha cambiado son las armas para combatirla. A
diferencia de la guerra de contrainsurgencia de los años sesenta y
setenta, desde la vuelta de siglo se construye una estrategia de lucha
que abarca todos los niveles de la vida social. Junto con los ejércitos,
los policías y los cuerpos de seguridad privados viajan antropólogos y
sociólogos.
Al enemigo se le vence conociéndolo (“viewing the adversary
through one’s own eye” The U.S. Army Functional Concept for
Intelligence, 2016-2028), y eso no lo hacen las fuerzas armadas, lo
hacen académicos. La antropología y la sociología son instrumentos que
pueden ser más efectivos que las armas de fuego.
Una vieja práctica
colonial, la de conocer las formas de vida de la sociedad por dominar,
se recicla y se integra al autoritarismo contemporáneo que busca
“derrotar” a los procesos terroristas mediante el control total de las
formas sociales particulares. (...)
De
la construcción de la imagen del terrorista no sólo participa el orden
jurídico internacional y sus adaptaciones locales, juegan un papel
central los medios de comunicación. Junto con las leyes punitivas que
hacen cotidiano el derecho militar, hay una fuerte campaña mediática por
construir un sentido común en torno a la figura del terrorista, como
aquella entidad asocial incapaz de manifestar sus demandas por las “vías
institucionales” y “democráticas”.
El proceso mediático contribuye a la
construcción de la imagen difusa del terrorista; su representación
sigue el principio de no referir a humanos, sino a figuras genéricas,
sin rostro y sin identidad. La metáfora es la de un cuerpo sin
identidad, sujeto sin historia, cuya única marca de diferenciación es su
actuar fuera del “estado de derecho”. Este es el enemigo del poder
hegemónico en el siglo XXI.(...)" (Daniel Inclán, América Latina en movimiento, en Jaque al Neoliberalismo, 03/06/2014)
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