"Lo primero, John, sería preguntarte
de dónde viene, dónde se sostiene, la idea hegemónica de revolución en
el siglo XX, es decir, la del cambio social mediante la toma del poder.
John Holloway. Creo
que el elemento central es el trabajo, el trabajo entendido como
trabajo asalariado, es decir, trabajo enajenado o abstracto. El trabajo
asalariado ha sido y es la base del movimiento sindical, de los
partidos socialdemócratas que eran su ala política y también de los
movimientos comunistas.
Ese concepto conformaba la teoría
revolucionaria del movimiento obrero: la lucha del trabajo asalariado
contra el capital. Pero su lucha era limitada porque el trabajo
asalariado es el complemento del capital y no su negación.
No entiendo la relación entre esa idea del trabajo y la de revolución a través de la toma del poder del Estado.
John Holloway.
Una manera de entender la conexión sería la siguiente: si partes de la
definición del trabajo como trabajo asalariado o enajenado, partes de
la idea de los trabajadores como víctimas y objetos del
sistema de dominación. Y un movimiento que lucha por mejorar las
condiciones de vida de los trabajadores (considerados como víctimas y
objetos) se remite inmediatamente al Estado.
¿Por qué? Porque el
Estado, por su separación misma con respecto a la sociedad, es la
institución ideal si se busca conseguir beneficios para la
gente. Así piensa la tradición del movimiento obrero y la tradición de
los gobiernos de izquierda que hay actualmente en Latinoamérica.
Pero no es la única tradición para pensar la política de emancipación...
John Holloway.
Desde luego que no. En los últimos veinte o treinta años encontramos
muchísimos movimientos que afirman otra cosa: la posibilidad de
emancipar la actividad humana del trabajo enajenado, abriendo grietas
donde poder hacer de otra manera, hacer algo que nos parece útil,
necesario y que merezca la pena, una actividad no subordinada a la
lógica del beneficio.
Esas grietas pueden ser espaciales (lugares donde se generan otras relaciones sociales), temporales
(“aquí en este evento, mientras estemos juntos, vamos a hacer las
cosas de otra manera, vamos a abrir ventanas hacia otro mundo”) o relacionadas con actividades o recursos particulares
(cooperativas por ejemplo o actividades que siguen una lógica no
mercantil con respecto al agua, al sofware, a la educación, etc.). El
mundo, y cada uno de nosotros, está lleno de estas grietas.
El rechazo del trabajo enajenado y enajenante implica al mismo tiempo
una crítica de las estructuras institucionales, organizativas y de
pensamiento que surgen de él. Así se puede explicar el rechazo de los
sindicatos, de los partidos y del Estado que podemos observar en tantos
movimientos contemporáneos, desde los zapatistas hasta los indignados
griegos o españoles.
Pero no se trata de la
oposición entre vieja y nueva política, me parece, porque lo que vemos
en los movimientos de la crisis es que surgen las dos cosas al mismo
tiempo: grietas como las plazas y también nuevos partidos como Syriza o
Podemos.
John Holloway.
Creo que es un reflejo de que nuestra experiencia en el capitalismo es
contradictoria. Somos víctimas y a la vez no lo somos. Buscamos
mejorar nuestras condiciones de vida como trabajadores y también ir más
allá, vivir de otra manera.
Por un lado, somos efectivamente personas
que tienen que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir. Pero, por
otro, cada uno de nosotros tenemos sueños, comportamientos y proyectos
que no caben en la definición capitalista de trabajo.
Lo difícil, ayer como hoy, es pensar la relación entre los dos tipos
de movimientos. Cómo esa relación puede evitar la reproducción del
sectarismo de siempre, cómo puede ser una relación fructífera sin negar
las diferencias fundamentales entre las dos perspectivas.
Argentina
en 2001 y 2002, los indignados en Grecia y España más recientemente...
En cierto momento los movimientos por abajo se detienen, entran en
crisis o impasse, se desvanecen... ¿Dirías que la política de las
grietas tiene límites intrínsecos para durar y expandirse?
John Holloway. No hablaría de límites, sino de problemas. Hace diez años, cuando publiqué Cambiar el mundo sin tomar el poder, se
veían más los logros y las potencias de los movimientos de abajo,
mientras que ahora somos más conscientes de los problemas. Los
movimientos que citas son faros de esperanza de una importancia enorme,
pero el capital sigue existiendo y es cada vez peor, implica cada vez
más miseria y destrucción. No podemos limitarnos a cantar las glorias de
los movimientos, no es suficiente.
¿Podría pasar una respuesta entonces por la opción que enfoca hacia el Estado?
John Holloway.
Se entiende por qué la gente quiere ir para allá, se entiende muy
bien. Han sido años de luchas feroces, pero no ha habido ninguna
respuesta positiva por parte de las instituciones. Espero sinceramente
que Podemos y Syriza ganen las elecciones, porque eso cambiaría el
caleidoscopio actual de las luchas sociales.
Pero mantengo todas mis
objeciones con respecto a la opción estatal. Cualquier gobierno de este
tipo implica una canalización de las aspiraciones y de las luchas
dentro de conductos institucionales que necesariamente tienen que
buscar la conciliación entre la rabia que estos movimientos expresan y
la reproducción del capital.
Porque la existencia de cualquier gobierno
pasa por fomentar la reproducción del capital (atrayendo inversión
extranjera o de otra forma), no hay otra. Esto implica inevitablemente
participar en la agresión que es el capital. Es lo que ya ha pasado en
Bolivia o Venezuela y será también el problema en Grecia y España.
¿Se trataría tal vez de complementar los movimientos por abajo con un movimiento orientado hacia las instituciones de gobierno?
John Holloway.
Es la respuesta obvia que se repite. Pero el problema de las
respuestas evidentes es que suprimen las contradicciones. Las cosas no
se pueden conciliar tan fácilmente. Desde arriba se puede tal vez
mejorar las condiciones de vida de la gente, pero no me parece que se
pueda romper con el capitalismo y generar otra realidad. Y sinceramente
creo que estamos en una situación donde no hay soluciones a largo
plazo para la humanidad entera dentro del capitalismo.
No descalifico la opción estatal porque yo tampoco tengo ninguna respuesta que ofrecer, pero no me parece que sea la solución.
¿Por dónde estás buscando esa respuesta?
John Holloway.
Sin considerar a los partidos de izquierda como enemigos, que para mí
desde luego no es el caso, yo diría que la respuesta hay que pensarla
en términos de profundización de las grietas.
Si no vamos a aceptar la aniquilación de la humanidad, que es algo que
me parece que está en la agenda del capitalismo como posibilidad real,
entonces la única alternativa es pensar que nuestros movimientos son
el nacimiento de otro mundo. Hay que ir construyendo grietas y buscando
formas de reconocerlas, potenciarlas, extenderlas, comunicarlas.
Buscar la confluencia o, mejor, la comunización de las grietas.
Si pensamos en términos de Estado y elecciones nos estamos desviando
de eso, porque Podemos o Syriza pueden mejorar las cosas pero no crear
otro mundo por fuera de la lógica del capital. Y creo que de eso se
trata.
Por último, John, ¿cómo piensas la relación entre las dos perspectivas de que venimos hablando?
John Holloway.
Es necesario mantener un debate constante y respetuoso y que a la vez
no suprima las diferencias y las contradicciones. Pienso que una base
del diálogo podría ser la siguiente: nadie tiene la solución.
Nosotros por el momento debemos reconocer que no tenemos la fuerza
suficiente para abolir el capitalismo. Y por fuerza me refiero aquí a
construir maneras de vivir que no dependan del trabajo asalariado. A
poder decir: “realmente no me importa si tengo empleo o no, porque si
no lo tengo puedo dedicar mi vida a otras cosas que me interesan y que
me dan el sustento suficiente para vivir dignamente”. Ahora mismo no es
el caso. Quizá tengamos que construir eso antes de decir: “váyase al
carajo, capital”.
En ese sentido, pensemos que una precondición de la Revolución
Francesa fue que en cierto momento la red social de relaciones
burguesas ya no necesitaba a la aristocracia para existir. De igual
modo, debemos llegar trabajar para alcanzar el punto en que podamos
decir: “no nos importa que el capital global no invierta en España,
porque hemos construido una red de apoyo mutuo suficiente para vivir
con dignidad”.
Hoy, la rabia contra los bancos se extiende por todo el mundo, pero me
parece que el problema no son los bancos, sino la existencia del
dinero como relación social. ¿Cómo pensar la rabia contra el dinero?
Creo que ésta pasa necesariamente por construir relaciones sociales no
monetizadas, no mercantilizadas.
Y hay muchísima gente dedicándose a eso, por deseo, convicción o
necesidad, aunque no salga en los periódicos. Construyendo otras formas
de comunidad, de socialidad, de pensar la tecnología y las habilidades
humanas para crear otra vida." (Entrevista a John Holloway, autor del libro 'Cambiar el mundo sin cambiar el poder', Amador Fernández-Savater
, eldiario.es, 30/07/2014 )
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