"El 14 de noviembre, los medios de
comunicación difundieron la identidad de un primer terrorista implicado
en el ataque a la sala Bataclan de Paris, Omar Ismail Mostefai. En el otoño de 2013 había viajado a Turquía,
puerta de entrada hacia los territorios del ISIS, antes de reaparecer
en la primavera de 2014 como miembro de un grupo salafista en Chartres.
Aunque con antepasados argelinos y actividad militante en Argelia,
Mostefai había nacido en Francia y era ciudadano de ese país. Su caso
vuelve así a plantear las razones por las que musulmanes franceses
deciden atentar, de forma indiscriminada, contra sus conciudadanos.
De partida, sorprende la capacidad de
ISIS para reclutar a jóvenes en lugares a priori tan poco propicios como
Chartres. A pesar de su cercanía a París, esta villa histórica responde
al prototipo de ciudad francesa de provincias y apenas supera los
100.000 habitantes junto a sus municipios circundantes.
En esa
localidad, sin embargo, en febrero de este año
el Prefecto del Departamento organizó una reunión con profesionales del
sector educativo y del trabajo social. Su objetivo: prevenir el
reclutamiento yihadista y proteger a la juventud “frente al Islam radical”.
En esa reunión, las autoridades señalaron que una adolescente de la
localidad acababa de partir hacia Siria y que vigilaban a otra decena de
menores.
(...) Las redes sociales sirven de detonante
pero, sin núcleos estructurados, es imposible ordenar un proceso que
busca trasladar a los nuevos reclutas, hombres o mujeres, al territorio
bajo control del Estado islámico. En el caso de Chartres, esa
organización pasaba por Bélgica. De ahí venían los principales
referentes religiosos, como el islamista marroquí vinculado a la radicalización de Mostefai. Y por ahí transitaban los reclutas en dirección a Siria.
ISIS no podría haber aspirado a la
movilización conseguida en Chartres sin la presencia de factores que,
entre los jóvenes musulmanes franceses, favorecen una ruptura con el
entorno cercano. Pero, al mismo tiempo, ninguno de esos factores
explica, por sí solo, la decisión de participar en matanzas
indiscriminadas como las de París. Es necesario algo más.
En marzo de 2015, uno de los principales
referentes franceses del ISIS, Boubaker al Hakim, mostraba el
distanciamiento requerido: humano, más que político o social. En la revista Dabiq, al Hakim pedía a sus hermanos en Francia que actuaran y que lo hicieran sin preocuparse por el objetivo. “Todos los kuffar [infieles] allí son objetivo … Matad a cualquiera que se encuentre allí entre los kuffar”, sostenía.
Para que tal grado de deshumanización se
imponga, es necesario que impere el odio, un odio que es preciso además
moldear para convertirlo en ciega venganza. Si se consigue, poco importa
el matiz respecto a su origen.
Puede ser político (la acción militar
contra el ISIS), religioso (la opresión hacia los musulmanes), social
(la percepción de muchos jóvenes con ascendencia norteafricana de ser
ciudadanos de segunda en Francia), racial (la vivencia de actos
racistas) o simplemente personal (la frustración por una historia, real o
percibida, de exclusión o maltrato). Si se dan las condiciones, poco
importa que se trate de un musulmán de origen o de un nuevo converso.
Al enfrentarse a esta realidad, un estado
democrático nunca podrá eliminar todas las causas de alienación que
pueden desencadenar la espiral del odio y de la venganza. Pero sí puede
oponerse a la tentación de su propia venganza, una de cuyas peores
formas es la exclusión de la comunidad.
En su reacción ante los atentados de París, Jeune Nation, uno de los medios más extremos del nacionalismo francés, presentaba a Mostefai como “indígena de su República, “Francés” de papel, asesino de masas islamista”.
Es una calificación personal del asesino que esconde una pretensión más
amplia, la de ese grupo social que en Francia niega la participación en
la comunidad política a un sector de la juventud con ascendencia
norteafricana o musulmana.
Esa concepción de los Franceses de papel, que algunos aplican tanto al que silba La Marsellesa
como al que dispara en el Bataclan, es la trampa principal a la que hoy
se enfrenta la República de François Hollande. Para evitarla sólo se
precisa determinación. No se necesitan himnos ni banderas, tampoco
estados de excepción." (Agenda Pública, 26/11/15)
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