"El tuit-trampa que lanzó Eduardo Garzón (...)
Se trataba de reproducir una cita de los economistas del Banco Central
Europeo Marek Jarocińsk y Bartosz Maćkowiak, sin mencionarlos. En el
Research Bulletin nº36 del pasado 29 de junio aparece lo siguiente:
‹‹En
una economía con su propia moneda fiduciaria, la autoridad monetaria y
la autoridad fiscal pueden asegurar que la deuda pública denominada en
la moneda fiduciaria nacional no sea insolvente, es decir, que los bonos
del gobierno a vencimiento sean convertibles en moneda a la par››.
Este
extracto Eduardo Garzón lo expuso como ‹‹una economía con su propia
moneda fiduciaria puede evitar siempre que quiera la insolvencia, la
deuda pública nunca supone un problema››. (...)
Como podéis observar hay dos ideas. Una primera es a la que hace
alusión Eduardo Garzón, y que se refiere a la viabilidad técnica de que
un banco central puede asegurar que la deuda pública denominada en la
moneda fiduciaria nacional no sea insolvente.
Lógicamente, el Banco
Central Europeo como emisor de euros puede endeudarse tanto como quiera
en esta unidad de cuenta registrando en el lado del pasivo de su hoja de
balance cuántos activos netos está metiendo en la economía; luego
hablaré de esto.
El Banco Central Europeo no puede quedarse sin euros al
igual que la Reserva Federal no puede quedarse sin dólares, como han
declarado Alan Greenspan o Mario Dragui. Pero los Bancos Centrales no
son los encargados de la política fiscal, sino los gobiernos, y existe
una restricción política que separa la política fiscal y la política
monetaria obligando a los Estados a ir a pedir a los mercados
financieros su moneda y que les lleva a emitir bonos.
Esta es la segunda
idea que refleja el artículo y a la que se han agarrado los
“liberales”, la cual impone una limitación operativa al gasto de los
gobiernos y que no se trata más que de un consenso ideológico.
El
Banco Central nunca va a quebrar en su propia moneda, pero si a los
Estados por una anomalía institucional se les obliga a aceptar una
moneda “extranjera” prestada por terceros, el déficit presupuestario se
convierte artificialmente en un problema, dejando a merced de las
condiciones de los prestamistas la democracia del país conforme más
ahogado se encuentre.
A día de hoy, este problema latente que alcanzase
su punto álgido con la aparición en nuestras vidas de la prima de riesgo
se mantiene controlado gracias a las políticas de expansión
cuantitativa del Banco Central Europeo. La falta de expectativas en la
economía real y la hipotética precaución de los inversores ante el
recuerdo de la crisis financiera reciente han hecho que los bonos sean
un activo atractivo donde colocar esta inyección de liquidez, con la
consiguiente bajada de la prima de riesgo. Este respaldo del BCE es la
razón por la que hoy siga en pie la eurozona.
Las instituciones y
reglas de la eurozona tienen un grave problema de disfuncionalidad. Su
diseño reprime la intervención del Estado en la economía impidiéndole
una correcta gestión macroeconómica, la cual queda supeditada a los
objetivos presupuestarios.
Para que los agentes privados puedan disponer
de ingresos o de los ahorros y beneficios denominados en la moneda en
la que pagan impuestos, sus transacciones y sus facturas, el emisor de
esta moneda debe introducirla en la economía. Este emisor, el
monopolista de la moneda, es el Banco Central, quien no puede introducir
la moneda gastando, sino prestando reservas a los bancos, quienes
conceden créditos en función de ciertas expectativas reales.
Es la
pescadilla que se muerde la cola. Solo una política fiscal libre de
ataduras y coordinada con su banco central puede introducir esta moneda
en la economía ofreciéndosela a quienes están desempleados a cambio de
su trabajo y cortar de raíz esta crónica falta de gasto en la economía.
Se trata de un principio contable muy básico: el gasto de un agente es
el ingreso de otro; el déficit del sector público es el superávit del
sector privado.
Esta relación entre los balances del sector público y del sector
privado es indiscutible. Si se intenta reducir el déficit público se
afecta inevitablemente a la otra cara de la moneda, el superávit
privado, destruyendo empleo y cayendo la producción. Este fatal
entendimiento nos lleva a una histeria por el déficit irracional,
desviando nuestra mirada hacia los síntomas y no hacia el problema.
No
existe un problema de deuda, un banco central no puede quebrar en la
moneda que emite, pero existe un diseño institucional erróneo. La deuda
nunca supone un problema, sí; excepto cuando no dispones de soberanía
monetaria, tal y como ocurre en la eurozona o en los países que tienen
un tipo de cambio fijo. Con soberanía monetaria las restricciones
financieras al gasto no existen, y mientras haya quien busque ingresos
porque esté desempleado, habrá gasto.
Será esta restricción real la que
marque el tamaño del déficit público, no ningún capricho del gobierno
como alguno se aventura a decir. El pleno empleo y la estabilidad de
precios se convierten entonces en guías para la gestión macroeconómica.
El
mayor despilfarro e ineficiencia de nuestras economías es el desempleo,
no el mecanismo que ayuda a movilizarlos para crear riqueza, la deuda
de una autoridad soberana monetariamente. La coordinación de la política
fiscal y la política monetaria suprimiría los intermediarios provocando
que la deuda no significase más que un registro en la hoja de balance
del banco central de los fondos inyectados por el sector público a
petición del sector privado.
En definitiva: “una economía con su propia
moneda fiduciaria puede evitar siempre que quiera la insolvencia, la
deuda pública nunca supone un problema”. (Esteban Cruz Hidalgo, Econonuestra, Público, 08/07/17)
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