"En los años 70, el cineasta italiano Pier Paolo Pasolini propuso pensar el conflicto político como una disputa fundamentalmente antropológica:
entre diferentes modos de ser, sensibilidades, ideas de felicidad. Una
fuerza política no es nada (no tiene ninguna fuerza) si no arraiga en un
"mundo" que rivalice con el dominante en términos de formas de vida deseables.
Mientras
los "hombres políticos" de su tiempo (dirigentes de partido, militantes
de vanguardia, teóricos críticos) miraban hacia el poder estatal como
el lugar privilegiado para la transformación social (se toma el poder y
desde arriba se cambia la sociedad), Pasolini advertía –con sensibilidad
poética, esto es,sismográfica– que el capitalismo estaba
avanzando mediante un proceso de "homologación cultural" que arruinaba
los "mundos otros" (campesinos, proletarios, subproletarios) contagiando
los valores y modelos del consumo "horizontalmente": a través de la
moda, la publicidad, la información, la televisión, la cultura de masas,
etc.
El nuevo poder no emana, irradia o desciende desde un lugar
central, sino que se propaga "indirectamente, en la vivencia, lo
existencial, lo concreto", decía Pasolini.
En el vestir y en los
andares, en la seriedad y las sonrisas, en la gesticulación y los
comportamientos, el poeta descifraba los signos de una "mutación
antropológica" en marcha: la revolución del consumo. Frenarla desde el
poder político sería como tratar de contener una inundación con una
manguera.
No es posible imponer otros contenidos o finalidades a un mismo
marco de acumulación y crecimiento. Es más bien al revés: el modo de
producción-consumo será el que determine los márgenes del poder
político. Una civilización sólo se para con otra. Son necesarios otros
vestires y otros andares, otra seriedad y otras sonrisas, otra
gesticulación y otros comportamientos.
La disputa política (la que
no es simple juego de tronos) expresa un "desacuerdo ético" entre
diferentes ideas de la vida o, mejor, de la buena vida. No ideas
que flotan por ahí o se enuncian retóricamente, sino ideas prácticas
encarnadas, materializadas, inscritas en los gestos y los dispositivos
más cotidianos (Facebook, Uber o Airbnb son figuras del deseo, de
ahí su fuerza).
¿Qué podría decirnos una mirada antropológica sobre la
política? ¿Qué mundos colisionan hoy? ¿En qué desacuerdos éticos sobre
la vida buena podrían aflorar acciones políticas transformadoras? (...)
La socialidad del sur
Según el sociólogo (de la vida
cotidiana) Michel Maffesoli, siempre ha existido, insistido y resistido
una “socialidad del sur”. Una socialidad difusa, sumergida y oculta,
difícil de ver pero presente, capaz de rebelarse y activarse si resulta
amenazada. Una dinámica informal (formas de vínculo, de pertenencia
subjetiva, de hacer práctico) determinante en la vida diaria, como
substrato o “manto freático” de la existencia colectiva.
¿En qué
consiste esta socialidad del sur? En primer lugar, es un impulso vital,
a-racional. Una voluntad de vivir, un querer vivir. Pero no vivir de
cualquier modo, sino afirmando un tipo de vínculo, un tipo de
existencia, una cierta idea de felicidad: un estar-juntos antropológico.
Es también un conjunto de saberes y estrategias para reproducir esos
vínculos, esas formas de vida.
Ese "sur" se refiere original e
históricamente a los países mediterráneos y latinoamericanos, pero se
convierte enseguida en la obra del autor en una noción más movediza que
apunta a "valores" y "climas afectivos" más que a una localización
geográfica.
En ese sentido, hay "sur en el norte", como también hay
"norte en el sur". Colonia (vividora, alegre, habladora, proletaria)
sería el "sur" en Alemania y la financiera Frankfurt, el "Norte".
Podemos entresacar ahora cinco "valores" (lo que vale) para esta socialidad del sur:
—en primer lugar, el presente:
la vida no se proyecta "hacia adelante" (un futuro de salvación, de
perfección), sino que se afirma "ahora". Esa cierta despreocupación
hacia el mañana no excluye (¿paradójicamente?) una obstinación por
reproducirse y durar. La temporalidad de la socialidad del sur es
intensa y no extensa, pero ella se empeña en "perseverar en su ser".
—en segundo lugar, el vínculo:
La vida se da en continuidad con otros, entramada con otros, enredada
con otros. No solamente por necesidad, sino también por el placer de
compartir. El vínculo más apreciado es el vínculo cercano, próximo, al
alcance de la mano (lo táctil como valor). Este "aquí" no nos separa de
lo que está "allí" (lo lejano), sino al revés: a partir de lo que
vivimos "aquí" nos puede resonar algo "allí".
—en tercer lugar, lo trágico:
la asunción de la anarquía de lo que hay, de lo que es. No se trata de
"solucionar" o "superar" lo dado (incierto, oscuro, múltiple), sino más
bien de saber "componérselas" con ello. Otra relación pues con el mal,
el riesgo o la muerte, que no son algo a erradicar (según las lógicas
imperantes del control, la securización y la previsibilidad total), sino
un costado de la vida (y también pueden ser fuerza, palanca, si nos
sabemos componer).
—en cuarto lugar, lo dionisíaco: no la
vida encerrada en uno mismo (trabajo, éxito, progreso), sino la vida
"extática" que busca salir de sí a través del goce del cuerpo, el gusto
por la máscara y el disfraz (las apariencias), la fusión con el otro en
las celebraciones colectivas (musicales, deportivas, religiosas), etc.
Exceso, derroche, vértigo, entrega, destrucción: lo "dionisíaco" son
tanteos con la alteridad.
—por último, el doble juego: no
la pasión por lo recto, lo frontal y lo explícito, sino por el desvío,
la astucia, el apaño, el rebusque, la brega, la duplicidad, el disimulo,
el juego con la ley y la norma, las estrategias informales de
conservación y supervivencia (mía y de los míos). No la pasión por
corregir y enderezar, sino por sortear, regatear, driblar y burlar.
La crisis como ocasión
Los
economistas neoliberales hacen su propia lectura "antropológica" del
mundo y concluyen que la crisis económica de 2008 tiene que ver con la
"insuficiente movilidad geográfica", el "limitado espíritu emprendedor",
el "colchón familiar", el "trabajo informal" o la "indiferencia (o
incluso la repugnancia) hacia el enriquecimiento" aún demasiado
presentes en los países del sur (los llamados PIGS: Portugal, Italia,
Grecia, España, ninguno de ellos un país protestante, por cierto). Al
trasluz de estos análisis, vemos a la socialidad del sur en acción.
¿Podemos leer la gestión neoliberal de la crisis como la tentativa de
suprimir por fin todas esas "inadecuaciones culturales" y acelerar así
"el devenir mundo del capital" (Laval y Dardot)?
La crisis de la deuda
sería de ese modo la ocasión perfecta para desatar la "destrucción
creativa" de todo aquello que, dentro y fuera de nosotros mismos, nos
indispone para pensarnos y actuar como simples átomos sociales,
partículas egocéntricas desvinculadas, máquinas del cálculo egoísta.
Costumbres y vínculos, apegos y solidaridades.
Eliminando las
protecciones sociales, fragilizando los derechos asociados al trabajo,
favoreciendo el endeudamiento general de los estudiantes y las familias,
precarizando, reduciendo los salarios y el gasto social, se trata de
fomentar el "sálvese quien pueda" y destruir todo aquello que permita a
la gente cualquier margen de libertad con respecto al mercado.
Todo lo
que hay "entre" los seres y hace de ellos algo más que "partículas
elementales" en competencia: lazos de mil clases, derechos conquistados,
lugares vivos, recursos públicos y comunes, redes de solidaridad y
apoyo, circuitos no mercantiles de bienes y servicios, etc. La base
material de cualquier autonomía. Gobernar hoy consiste precisamente en
erosionar ese "entre", esa trama densa de lazos, afectos, apoyo mutuo...
Pero
justo cuando se quería "extirpar", la socialidad del sur se tensa y
activa. En la España de la crisis han proliferado por ejemplo los
micro-grupos informales de solidaridad y apoyo mutuo (familiares,
vecinales, amistosos) que han atemperado los efectos devastadores de la
gestión neoliberal de la crisis: miedo, soledad y desamparo. Una
proliferación que impugna en sí misma el paradigma
liberal-individualista: "cada uno tiene su vida".
Justo cuando se
nos dijo que "habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades" y
tocaba expiar y pagar, los valores del sur se toman su revancha,
afirmando y difundiendo otras ideas de riqueza y felicidad: más basadas
en el presente que en el futuro, en los vínculos que en la soledad, en
el tiempo disponible y no en la vida para el trabajo, en la empatía y no
en la competencia, en el disfrute de la gracia más que en la culpa por la deuda.
El nuevo espíritu del capitalismo
Más
difícil todavía. Según algunos autores, estaríamos atravesando hoy el
pasaje hacia la superación (¿intensificación, radicalización?) del
antiguo "espíritu" del capitalismo cuyos orígenes estudió Weber.
Por ejemplo, según Franco Berardi (Bifo),
la burguesía aún "vivía en los vínculos" (con una comunidad, unos
lugares, unos bienes físicos, una clase trabajadora que no podía
suprimir, la relación entre valor y tiempo de trabajo). Sin embargo, el
capitalismo financiero es mucho más abstracto: no se identifica con
ningún lugar, con ninguna población concreta, con ninguna clase del
trabajo, con ninguna regla, aunque sus decisiones tengan consecuencias
(devastadoras) sobre lugares, poblaciones, trabajadores, etc.
Por
otro lado, según Christian Laval y Pierre Dardot, esta lógica de
acumulación infinita del capital se ha vuelto hoy una "modalidad
subjetiva". ¿Qué quiere decir esto? Pues que al "homo economicus"
(definido por la prudencia, la ponderación, el equilibrio en los
intercambios, la felicidad sin excesos, la balanza de los esfuerzos y
los placeres) le sustituye el "empresario de sí mismo" (definido por la
competencia y la autosuperación constante: vivir en el riesgo, ir más
allá de uno mismo, asumir un desequilibrio permanente, no descansar o
pararse jamás, poner todo el goce en la autosuperación). Una expresión
resume según los autores franceses el tipo subjetivo del capitalismo
actual: "siempre más". El gozo de la ilimitación.
En esta
transformación habría que reevaluar seguramente la resistencia que
presenta la "socialidad del sur", cuando por ejemplo la cultura
capitalista hoy ya no exige la represión de lo afectivo/pasional, sino
más bien su completa instrumentalización al servicio de la lógica del
beneficio: la instrumentalización de lo íntimo.
Pero sin duda la afirmación de una "vida que se basta a sí misma" sigue
siendo absolutamente subversiva (¿más que nunca?). Una vida que no
persigue extraer y acumular "siempre más", sino que se vive en el gozo
de cuidar y compartir, lo más cercanamente posible, aquello que nos ha
sido dado, aquí y ahora.
La insurrección de la socialidad del sur consistiría en afirmar políticamente esta otra idea de felicidad, esta potencia subterránea, este mar de fondo." (Amador Fernández-Savater
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