"La falta de una red de seguridad social adecuada en Estados Unidos y
otros países desarrollados impulsa el interés en propuestas para la
creación de un ingreso básico universal (IBU). La brecha entre los ricos
y el resto se ha ampliado considerablemente en años recientes, y muchos
temen que la automatización y la globalización la ensanchen todavía
más.
No hay duda de que si la única opción es entre el empobrecimiento masivo
y un IBU, es mejor lo segundo. Un programa de esta naturaleza
permitiría a los destinatarios usar el dinero para los fines que les
resulten más valiosos; crearía un amplio sentido de posesión y un nuevo
electorado capaz de sacudir el sistema político plutocrático.
En
diversos estudios sobre programas de transferencia condicional de
efectivo en economías en desarrollo se halló que esas políticas pueden empoderar a las mujeres y a otros grupos marginados.Pero
la del IBU es una idea defectuosa, sobre todo porque sería
extremadamente cara, a menos que se acompañara de grandes recortes en el
resto de la red de seguridad. En Estados Unidos (población: 327
millones), un IBU de sólo mil dólares al mes costaría unos cuatro
billones de dólares al año, cifra cercana a todo el presupuesto federal
en 2018.
De no mediar grandes ahorros en otras áreas, habría que
duplicar la recaudación impositiva de los Estados Unidos, lo cual
generaría enormes costos distorsivos sobre la economía. Y no: un IBU
permanente no puede financiarse con deuda pública o emisión monetaria.Sacrificar
todos los otros programas sociales en aras de un IBU es una pésima
idea.
Esos programas están para encarar problemas concretos, por ejemplo
la vulnerabilidad de ancianos, niños y personas discapacitadas. ¿Qué
sería vivir en una sociedad donde hay niños que pasan hambre y personas
con enfermedades graves carecen de atención adecuada porque toda la
recaudación impositiva se dedica a mandarles un cheque cada mes a todos
los ciudadanos, millonarios incluidos?Lo del IBU queda bien para un
eslogan, pero como política, es una idea endeble.
De la teoría económica
básica se deriva que los impuestos a los ingresos son distorsivos en la
medida en que desalientan el trabajo y la inversión. Además, un
gobierno no debería transferir dinero a la misma persona a la que le
cobra impuestos, pero eso es precisamente lo que haría un IBU. En
Estados Unidos, por ejemplo, alrededor de tres de cada cuatro
familias pagan algún tipo de impuesto a los ingresos o deducción
salarial en el nivel federal, y una proporción todavía mayor paga
impuestos en el nivel de los estados.
Además, ya hay una propuesta para una política más razonable: el
impuesto negativo sobre los ingresos, o lo que a veces se denomina
“ingreso básico garantizado”. En vez de darle a todo el mundo mil
dólares al mes, un programa de ingreso garantizado sólo transferirá
dinero a personas cuyo ingreso mensual sea menor a esa cifra, de modo
que su costo será muchísimo menor al de un IBU.
Los defensores del IBU dirán que un programa de transferencias que no
sea universal tiene el defecto de que no suscitará tanto apoyo en los
votantes; pero es una crítica infundada. Un ingreso básico garantizado
sería tan universal como el seguro nacional de salud, que en vez de
hacer una transferencia mensual a toda la población, sólo beneficia a
quienes hayan debido afrontar gastos médicos.
Lo mismo se aplica a
aquellos programas que ofrecen ayuda incondicional garantizada para la
satisfacción de necesidades básicas, por ejemplo alimentos para los
necesitados o el seguro de desempleo. Esas políticas cuentan con amplio
apoyo en los países que las aplican.Finalmente, el entusiasmo que genera
el IBU se basa en gran medida en una interpretación errada de las
tendencias de empleo en las economías avanzadas.
Contra lo que suele
creerse, no hay pruebas
de que el trabajo tal como lo conocemos vaya a desaparecer en poco
tiempo. En realidad, la automatización y la globalización están reestructurando
el empleo, eliminando ciertos tipos de trabajo y aumentando la
desigualdad. Pero en vez de crear un sistema en el que una gran fracción
de la población recibe una limosna, deberíamos adoptar medidas
para alentar la creación de empleos “de clase media” bien remunerados y
fortalecer nuestra deficiente red de seguridad social. El IBU no hace
nada de esto.
En Estados Unidos, las prioridades políticas tendrían que
ser la cobertura universal de salud, prestaciones de desempleo más
generosas, programas de recapacitación
mejor diseñados y una ampliación del sistema de crédito fiscal para
personas de bajos ingresos (conocido por la sigla en inglés EITC): este
último ya hace las veces de ingreso básico garantizado para los
trabajadores mal remunerados, cuesta mucho menos que un IBU y alienta
directamente el trabajo.
Por el lado de las empresas, reducir los costos
indirectos y las cargas sociales que pagan los empleadores al contratar
trabajadores alentaría la creación de empleo, una vez más, por mucho
menos que el costo de un IBU. La ampliación del EITC (con una suba del
salario mínimo, para que los empleadores no se aprovechen del crédito
fiscal dado a los trabajadores), sumada a una reducción de las cargas
sociales, contribuiría en gran medida a la creación de empleos valiosos
en todos los niveles de la distribución de ingresos.
Y en particular,
estas soluciones potencian la política democrática. No puede decirse lo
mismo de un IBU, repartido desde arriba para aplacar a las masas
descontentas. Esta medida no empodera (ni siquiera consulta) a sus
destinatarios. (¿Los trabajadores que perdieron sus empleos de clase
media prefieren recibir dinero del Estado o la oportunidad de conseguir
otro empleo?) Las propuestas para un IBU son totalmente similares al
“pan y circo” de los imperios romano y bizantino: dádivas para
desactivar el descontento y ablandar a las masas, en vez de ofrecerles
oportunidades económicas y poder de decisión política.
En cambio, el
estado de bienestar moderno que tan bien funcionó en los países
desarrollados no fue una dádiva de magnates y políticos. Buscaba proveer
seguridad social y oportunidades a la gente. Y fue resultado de la
política democrática. La gente de a pie exigió, se quejó, se manifestó y
se involucró en la formulación de políticas, y el sistema político
respondió. El documento fundacional del estado de bienestar británico
(el Informe Beveridge
de tiempos de la Segunda Guerra Mundial) fue una respuesta tanto a las
demandas políticas cuanto a las penurias económicas.
Se intentó proteger
a los desfavorecidos y crear oportunidades, alentando al mismo tiempo
la participación cívica.Muchos problemas sociales actuales derivan de
que hemos descuidado el proceso democrático. La solución no es repartir
migajas para tener a la gente en sus casas, distraída y apaciguada.
En
vez de eso, necesitamos rejuvenecer la política democrática, alentar el
involucramiento cívico y buscar soluciones colectivas. Sólo con una
sociedad movilizada y políticamente activa podremos crear las
instituciones que necesitamos para tener prosperidad compartida en el
futuro y proteger a los más desfavorecidos."
(Daron Acemoglu. Professor of Economics at MIT, is co-author (with James A. Robinson) of Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity and Poverty , Project Syndicate, 07/06/19)
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