"Los anticapitalistas tuvieron un año pésimo. Pero el capitalismo también.
(...) el capitalismo recibió críticas desde lugares insospechados.
Milmillonarios, ejecutivos empresariales y hasta la prensa financiera se
han unido a intelectuales y líderes comunitarios en una sinfonía de
lamentos por la brutalidad, insensibilidad e insostenibilidad del
capitalismo rentista.
Cada vez más presionados, y
justificadamente culposos, los ultrarricos
(o al menos, los razonables) se sienten amenazados por la aplastante
precariedad en la que se está hundiendo la mayoría. Como predijo Marx,
forman una minoría con poder supremo que se muestra incapaz de dirigir
sociedades polarizadas que no pueden garantizar una existencia digna a
quienes no poseen activos.
Atrincherados en sus comunidades cerradas, los
más inteligentes de los riquérrimos defienden un nuevo “capitalismo de partes interesadas”,
e incluso piden impuestos más altos para los de su clase. Comprenden
que la democracia y el Estado redistributivo son la mejor póliza de
seguro posible. Pero ¡ay!, al mismo tiempo temen que como clase esté en
su naturaleza evitar el pago de la prima.
Los remedios propuestos van de insignificantes a ridículos. La idea de
que las juntas directivas no piensen solamente en el valor para los
accionistas sería maravillosa si no fuera por un detalle: la
remuneración y la designación de las juntas son decisión exclusiva de
los accionistas.
Asimismo, los llamados a limitar el poder exorbitante
de las finanzas serían estupendos si no fuera por el hecho de que la
mayoría de las corporaciones responden a las instituciones financieras
que poseen el grueso de sus acciones.Confrontar el capitalismo rentista y
crear empresas para las que la responsabilidad social no sea solamente
un truco publicitario demanda nada menos que reescribir el derecho de
sociedades.
Para comprender la magnitud de la tarea, conviene volver al
momento de la historia en que la aparición de la acción negociable
convirtió el capitalismo en un arma y preguntarnos: ¿estamos listos para
corregir ese “error”?
Ese momento ocurrió el 24 de septiembre de 1599. En un edificio de
madera a las afueras de Moorgate Fields, no muy lejos de donde
Shakespeare estaba ocupado terminando Hamlet, se fundaba la
Compañía de las Indias Orientales, un nuevo tipo de empresa cuya
propiedad se subdividió en minúsculos fragmentos que podían comprarse y
venderse libremente.Las acciones negociables hicieron posible la
aparición de corporaciones privadas más grandes y más poderosas que los
estados.
La hipocresía fatal del liberalismo fue usar el elogio de los
virtuosos carniceros, panaderos y cerveceros del vecindario para
defender a los peores enemigos del libre mercado: las Compañías de las
Indias Orientales, que nada saben de comunidades ni de ética, que
deciden precios, devoran competidores, corrompen gobiernos y convierten
la libertad en farsa.
Luego, hacia fines del siglo XIX, con la formación
de las primeras megaempresas interconectadas (como Edison, General
Electric y Bell), el genio liberado por la acción negociable dio un paso
más. Como ni bancos ni inversores tenían dinero suficiente para
alimentar el motor de esas nuevas megaempresas conectadas, apareció el
megabanco, en la forma de un cartel mundial de bancos y oscuros fondos,
cada uno con accionistas propios.
Se creó entonces un nivel nunca antes visto de deuda para transferir
valor al presente, con la esperanza de que las ganancias fueran
suficientes para pagarle al futuro. El resultado lógico: megafinanzas,
megacapital, megafondos de pensiones, megacrisis financieras. Las
debacles de 1929 y 2008, el ascenso imparable de las grandes
tecnológicas y los demás ingredientes del malestar actual contra el
capitalismo se volvieron ineludibles.
En este sistema, las voces que se
alzan para pedir un capitalismo más amable son sólo modas pasajeras,
sobre todo en la realidad posterior a 2008, que dejó claro que
megaempresas y megabancos tienen el control total de la sociedad. A
menos que estemos dispuestos a anular la creación de 1599, la acción
negociable, no habrá cambios apreciables en la distribución actual del
poder y la riqueza. Para imaginar cómo podría ser en la práctica superar
el capitalismo hay que reconsiderar el modelo de propiedad de las
corporaciones.
Imaginemos que las acciones fueran como un derecho a voto, que no se
puede comprar ni vender. Así como al ingresar a la universidad uno
recibe el carné de la biblioteca, el personal nuevo de las empresas
recibirá una única acción por persona que garantiza el derecho a emitir
un único voto en elecciones abiertas a todos los accionistas, en las que
se decidirán todos los asuntos de la corporación: desde las cuestiones
de gestión y planificación hasta la distribución de ganancias netas y
bonificaciones.De pronto, la distinción entre ganancias y salarios ya no
tiene sentido, y a las corporaciones se las baja a un nivel que
estimula la competencia en el mercado.
A cada persona que nace, el banco
central le otorga automáticamente un fondo fiduciario (o una cuenta
personal de capital) donde periódicamente se deposita un dividendo
básico universal. Al llegar la adolescencia, el banco central añade una
cuenta corriente gratuita.Los trabajadores cambian de empresa con total
libertad, llevándose consigo el capital de su fondo fiduciario, que
pueden prestar a la empresa para la que trabajan o a otras.
Como no hay
necesidad de turbopotenciar las acciones con la emisión de capital
ficticio a gran escala, las finanzas se vuelven deliciosamente aburridas
(y estables). Los estados eliminan los impuestos personales y a las
ventas, y solamente gravan las ganancias corporativas, la tierra y las
actividades perjudiciales para el bien público.
Pero ya hemos soñado suficiente. La idea es sugerir, justo antes de Año
Nuevo, las posibilidades maravillosas de una sociedad realmente liberal,
poscapitalista, tecnológicamente avanzada." (Yanis Varoufakis, Project Syndicate, 27/12/19)
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