"¿Les pasa a ustedes? Yo últimamente me tropiezo constantemente con
situaciones que defino como “analfabetismo alimentario”. La visita a los
supermercados es una selva de ejemplos, como cuando escuchas a un joven
preguntando al encargado por la “fruta vegana” o descubres en el envase
de una conocida marca de gazpacho la etiqueta de “vegano”.
En muchas
charlas o talleres que imparto me gusta proyectar fotografías de
alimentos básicos y pedir el nombre a las personas asistentes. Confundir
coles con coliflores, calabazas con berenjenas o quedarse en blanco
frente a la fotografía de nabos o de acelgas es algo que no sucede
ocasionalmente, sucede siempre, en todas ellas. Me asusta también cuando
veo cómo activistas animalistas rescatan terneros de sus granjas porque –dicen – los están matando de sed sin agua para beber. La fuente que está a su lado, mamavaca , les pasa desapercibida…
Parecen cómicas anécdotas pero detrás de este analfabetismo tenemos
consecuencias graves en clave alimentaria. Si no reconocemos las
hortalizas más básicas, ¿cómo podemos esperar que el consumo alimentario
vaya de acuerdo con sus temporadas? ¿Cómo propiciaremos dietas
relocalizadas, evitando alimentos kilométricos, si no se conocen los
alimentos propios de cada lugar?
¿Cómo podemos recuperar el consumo de
alimentos frescos por encima de los procesados tan perjudiciales para la
salud, si, desde esta ignorancia, es complicado entrar en la cocina a
preparar las recetas más sencillas? Ya no preguntemos, como siempre hace
mi amigo Jeromo, el pastor de Amayuelas ¿quién sabe hacer de la uva
vino? ¿Quién sabe criar su propio cordero? ¿Quién sabe gestionarse un
huerto?
CIERTO ES QUE DEBEMOS EDUCAR EN EL NO DESPERDICIO DE COMIDA, PERO MÁS ACERTADO SERÍA PONER EL FOCO EN FOMENTAR SISTEMAS ALIMENTARIOS QUE ESTUVIERAN RELACIONADOS DIRECTAMENTE CON LA AGRICULTURA LOCAL.
Cierto que esta falta de conocimientos básicos
es muy propio de sociedades que han despreciado la ruralidad. Pero
añadamos los engaños voluntarios de la propia industria alimentaria o la
más sutil ocultación de información por su parte para tomar conciencia
de que, finalmente, tenemos una venda tapándonos los ojos. Esto nos
impide detectar y denunciar los desmanes tecnoalimentarios que,
normalmente, en manos de los monopolios de la agricultura industrial, se
introducen con total normalidad en los sistemas productivos, de
transformación o de comercialización alimentaria.
Una ceguera que hace
difícil sorprenderse frente a las cifras que indican que las cerdas de
hoy en día tienen partos de 15 lechones, si no sabemos que estas hembras
solo tienen 8 mamas. Una venda que impide nuestra repudia frente a la
industria de ganadería intensiva que engordaba vacas alimentándolas con
vacas pues se nos olvidó que son estómagos herbívoros. Al contrario que
los salmones, carnívoros, y que en las piscifactorías ya los alimentan
con soja. Y así, desinformados, la alimentación a medio plazo será cosa
de impresoras formateando hamburguesas con extravagantes ingredientes.
En este sentido, las duras campañas que criminalizan el despilfarro
alimentario que se encuentra en las basuras domésticas, a mi entender,
pecan también de analfabetismo alimentario por parte de sus promotores.
Cierto es que debemos educar en el no desperdicio de comida, pero más
acertado sería poner el foco en fomentar sistemas alimentarios que –como
siempre se hizo– estuvieran relacionados directamente con la
agricultura local. Como explica Franco Llobera, agroecólogo, reconectar
con el ciclo del carbono y aprender el significado de la palabra
‘compostaje’ nos ayuda a entender que “la basura será verdura”.
QUE LA UTOPÍA NO SE CONVIERTA EN QUIMERA PASA POR UNA CRÍTICA SEVERA A LA MODERNIDAD QUE QUISO ACABAR CON LA SABIDURÍA DE QUIEN NOS PRECEDIÓ
No saber casi nada de algo tan vital como nuestra alimentación es una
señal de un problema mayor. La modernidad que tanto hemos idolatrado
–“la ideología más hipócrita de la humanidad”, a decir del agricultor
argelino Pierre Rabhi– ha dejado de lado nuestra relación con la
naturaleza, con la vida. Recuerdo cómo hace unos meses, en Benalauría,
un pueblo de la serranía de Ronda, un maestro jubilado se quejaba que en
los pueblos, los maestros y maestras actuales ya no son población del
mismo mundo rural, son gente de ciudad que cada día van y vuelven.
Por
eso no se extrañó, explicó el docente jubilado, cuando una tarde de
verano, paseando frente a su antiguo colegio, vio como el urbano
profesor tenía a su alumnado haciendo gimnasia a pleno sol. Tras verlos
sudar y deshidratarse peligrosamente, éste recapacitó y les dijo: “Mejor
poneros a la sombra del sauce llorón”. Todos le hicieron caso menos un
chaval que le aclaró, “vale, profe pero ese sauce se llama olivo”.
Y así, en una situación de emergencia, cuando nos jugamos nuestro
futuro, cargamos con un desconocimiento que nos hace torpes y soberbios
por partida doble. Torpes, porque no conocer la naturaleza es no conocer
los límites físicos del planeta que nuestros antepasados tenían
asumidos.
Ligados a una realidad rural territorializada sus opciones de
supervivencia no pasaban por la explotación y agotamiento de cualquier
rincón del planeta, debían manejarse cuidando y preservando los recursos
locales, los únicos a su alcance. Soberbios, porque desligados de la
Naturaleza se nos olvida nuestra ecodependencia y caminamos sobre la
tierra con botas militares, aniquilando al resto de seres vivos,
asfixiando la fertilidad de la tierra y calentando la atmósfera hasta el
ahogamiento civilizatorio.
Decía Eduardo Galeano que “la
utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y
el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces, para qué sirve la
utopía? Para eso, sirve para caminar”. Pero, me pregunto yo, ¿qué
utopía queremos alcanzar si encerrados en las cuatro paredes de las
pantallas de los móviles, la televisión y el ordenador… es imposible
otear el horizonte? Que la utopía no se convierta en quimera pasa por
una crítica severa a la modernidad que quiso acabar con la sabiduría de
quien nos precedió. Simplificando, ruralismo o barbarie."
(Gustavo Duch es escritor y veterinario. Coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas , CTXT, 06/11/19)
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